Cuando estaba en el colegio nunca entendí
por qué a mis compañeros no les gustaba las mates. Cuando mi profesora Lucía,
allá por Primero o Segundo de Primaria, nos decía "vamos a hacer series y
operaciones", el resto de mis compañeros de clase siempre se estaban
quejando.
Nunca lo entendí.
Creo que a mi me gustan las
mates porque siempre las vi como un juego, un pasatiempo que resolver en el
menor tiempo posible, incluso se me daban mejor que esos crucigramas que
hacíamos en Lengua, que se consideraban verdaderos pasatiempos. Y luego
llegaron los problemas y con todos sus pasos para resolverlos hasta llegar a
una solución, para más tarde dar la bienvenida a las "temidas"
ecuaciones y la regla de tres (esto era como echar la cuenta de la vieja, pura
lógica). Para mí, era como un juego.
Con el paso de los años
puedo intuir el por qué de ese odio natural hacia las matemáticas, y
posiblemente, según mi humilde entender, es porque tan sólo nos mostraban (y
obligaban a usarlo) un posible camino para conseguir el resultado. Yo era de
las que hacía mi razonamiento, y una vez conocido el resultado lo sacaba por
como teníamos que hacerlo; quizá por esto mismo lo veía divertido.
Hoy en día, al ponerme
delante de una clase, me doy cuenta que con el sistema tradicional de enseñanza
de las mates, no se desarrolla la mente para que nos gusten las matemáticas,
simplemente tenemos que hacerlo porque es cómo nos lo impone el libro de texto
que el centro nos ha "facilitado", muchas veces incluso coaccionado a
escogerlo.
Debemos cambiar, desde
nuestro papel de profesor, ese punto de vista de matemáticas; y demostrar su
utilidad, no tan sólo verlo como una asignatura más que aprobar.
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